Una mariposa blanca

Una tarde que pasaba por la rambla, Amandine se agachó tanto para atarse los cordones de las zapatillas que perdió el equilibrio y, al intentar reincorporarse y buscar un punto de apoyo, acabó abrazada al tronco de un árbol. Entonces, sus ojos se posaron en un cuerpo extraño pegado a una de las hojas de una planta. Cuando se puso a observarlo bien de cerca, la voz de su hermana mayor la sorprendió con estas palabras:

-«Ten cuidado. Es una crisálida»

-¿Es venenosa? -preguntó Amandine, un poco asustada.

-No, claro que no. Pero es muy delicada. Dentro hay un gusano. Cuando sea mayor y salga de su capullo, se convertirá en mariposa.

A Amandine le llamó la atención su forma y su color, pues era diferente de los dorados capullos de gusanos de seda que ella tenía en una caja de cartón.

Pasaron unos días, hasta que una tarde volvió a la rambla para buscar la crisálida y se encontró el capullo roto. Ella se culpó por no habérselo llevado y guardado en una caja. Y ya se marchaba cuando, al frotarse los ojos para secarse las lágrimas, vio una mariposa blanca que revoloteaba alrededor de ella. La siguió con la mirada y así se quedó un rato, ensimismada.

Al llegar de nuevo a casa, pasó frente al espejo de la entrada y vio su imagen reflejada y, al fondo, la de su hermana, que, recostada en el sofá y rodeada de libros, se afanaba en encontrar las palabras precisas que necesitaba enlazar en un cuento que estaba escribiendo para la escuela. Amandine se quedó mirando un instante la imagen que le devolvía el espejo. No tenía muy claro cómo era.

-¿A quién me parezco, hermana? -le preguntó a través del espejo.

-¿No lo ves? Te pareces a mí. Como dos gotas de agua.

-¿En serio? Gracias. De mayor quiero ser una mariposa blanca.