Pas de deux

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La noche anterior, Amandine había recibido con ilusión de manos de su hermana una tarjeta escrita con esmerada caligrafía: “Te invito a mi cumpleaños”. Aquella invitación implicaba que tenían que ponerse en marcha para montar la obra que sería representada al día siguiente a la hora de la merienda.

El teatrillo portátil, que había sido construido por su madre con la capota de madera de una vieja máquina de coser Singer y una sábana blanca, tenía como fondo un frondoso bosque pintado a mano, por el que solían deambular criaturas variopintas: una bailarina rusa, un diablillo con tridente, una malvada bruja, un rey tuerto, un lobo feroz, un duende verde y cualquier objeto que sirviera de marioneta.

Con este escenario, Amandine lo mismo usaba sus propias manos para improvisar un diálogo que se calzaba el guante del duende verde para esconderse en el bosque o manejaba con sutileza los hilos que hacían danzar a la bailarina al son de una armónica.

(Tras girar repetidas veces sobre sí misma, Mandarina, exhausta, se sienta un momento a descansar sobre el tronco de un árbol y enseguida se queda dormida. A penas si han transcurrido unos minutos cuando la despierta una sonora carcajada que proviene de la cima del árbol, de cuyas ramas pende colgando bocabajo un diablillo con tridente que estaba hurgando en los pensamientos de Mandarina.)

DIABLILLO- Jajaja, mírate, te has enredado tanto en tus sueños que ahora te estás ahogando con tus propios hilos.

(Mandarina se mira y, al notar que no se puede mover, empieza a llorar.)

DIABLILLO- (Señalando con el tridente la madeja de hilos.) Si me lo pides, Mandarina, puedo liberarte de tus ataduras. A cambio, claro, de…

MANDARINA- ¿Cómo sabes mi nombre? ¿Qué quieres de mí?

DIABLILLO- Poca cosa: tu alma.

MANDARINA- (Horrorizada y cerrando con fuerza los ojos.) Vete de mí, diablo. No existes. Fuera de mi vista. Nunca te entregaré mi alma.

(El diablillo suelta otra sonora carcajada y, trepando de nuevo por el árbol, desaparece de la escena. Aparece entre una espesa niebla, mascando unas hojas, una malvada bruja que andaba recolectando hierbas.)

BRUJA- (Riendo con ganas.) Si quieres, puedo liberarte de tus ataduras.

MANDARINA- ¿Y qué tendré que hacer a cambio?

BRUJA- Saldrás todos los días a recolectar las hierbas que necesito para preparar mis pócimas. Estarás tan ocupada que no volverás a bailar nunca más.

MANDARINA- Entonces no he de moverme de este lugar.

(La malvada bruja, enojada, gruñe, lanza una maldición y se esfuma entre la espesa niebla. Llega el Rey tuerto avanzando con paso firme y, al tropezar con una piedra, pierde la compostura y su ojo de cristal, que cae rodando por el suelo como una canica.)

REY TUERTO- (Carraspea y, recomponiendo su figura, hace como si no hubiera pasado nada.) ¿Qué ven mis ojos? Si me lo pides, niña, puedo liberarte de tus ataduras.

MANDARINA- ¿Y qué tendré que hacer a cambio?

REY TUERTO- Bailar solo para mí en mi palacio real.

MANDARINA- No te lo pediré jamás.

(El Rey Tuerto carraspea de nuevo e, intentando no perder la compostura, recoge su ojo de cristal y se marcha. Un lobo feroz que andaba al acecho se acerca oliendo a Mandarina.)

LOBO FEROZ- Pero ¿qué tenemos aquí? ¡Qué bien hueles, joven bailarina! Si me lo pides, morderé esa madeja de hilos y te liberaré de tus ataduras.

MANDARINA- ¿Y qué tendré que hacer a cambio?

LOBO FEROZ- (Salivando.) Lo típico: llevarme contigo a casa de tu abuelita. Conozco un atajo… (Hace una pausa y se echa a reír.) No, en serio, tan solo quiero que vengas conmigo. (Sacando una tarjeta de visita del bolsillo y mostrándosela a Mandarina.) Seré tu representante. Te llevaré de gira por los mejores teatros del mundo, donde podrás bailar y mostrar tus encantos.

MANDARINA- (Tajante.) No exprimirás ni una gota de mi esencia vital.

(El lobo feroz lanza la tarjeta de visita a los pies de Mandarina y se marcha silbando de la escena. Sale de su escondite el duende verde, que ha estado observando todo el rato las entradas y salidas. Da unos saltitos y se llega junto a Mandarina.)

DUENDE- Ah, yo te conozco. Tú eres Mandarina. Te he visto en muchas ocasiones bailar.

(Mandarina, al escuchar esas palabras, se entristece nuevamente y rompe a llorar una vez más.)

MANDARINA- (Sollozando). No puedo ni quiero darte nada a cambio, así que ya te puedes marchar.

DUENDE- ¿A cambio de qué, Mandarina? ¿No te das cuenta de que puedes desenredarte tú sola si giras en sentido contrario?

MANDARINA- (Dando vueltas sobre sí misma.) ¡Anda, pues es verdad!

(Suena la música y Mandarina vuelve a soñar.)

Amandine asoma la cabeza por un lateral de la sábana blanca, sonríe, saluda e inicia un “pas de deux” con la mano que sostiene a la bailarina, que realiza una osada pirueta. El aplauso del público es general. La función acaba de empezar.