Más allá del arcoiris
Su abuelo le había regalado ese mismo día una caja de ceras de colores. Amandine la había abierto con impaciencia y ya tenía todas las ceras esparcidas por el suelo esperando a ser estrenadas. Tomó un papel en blanco y empezó a probarlas una a una. No tenía muy claro lo que iba a dibujar. Simplemente quería colorear. Apretaba con fuerza en cada trazo. Parecía arrebatada. A los cinco minutos había plasmado un arcoíris gigantesco que se salía del folio.
Satisfecha, levantó la mirada hacia su abuelo y le soltó de repente:
-¿Tú crees en Dios? ¿Tú crees que hay vida en otros planetas?
El abuelo se quedó atónito ante semejantes cuestiones. Pensó en inventarse una historia, pero finalmente optó por confesarle la verdad:
-No lo sé. Yo no creo que pueda realmente saberlo nadie. Quizá en el futuro… ¿Por qué no? No sé qué decirte. De momento, estamos aquí, con los pies en la Tierra.
Amandine no sabía muy bien si su abuelo le estaba respondiendo a la primera o a la segunda pregunta, así que le planteó de nuevo la cuestión:
-Pero… ¿tú qué crees?
Y el abuelo le respondió con naturalidad:
-Yo tengo esperanza. Creo que todos podemos entendernos. Y no te importe tanto lo que yo crea sino lo que creas tú. Lo único que creo en este momento es que tu dibujo ha quedado muy bonito. Y ahora voy a enseñarte un truco: coge la cera negra, que es la única que no has usado, y, con fuerza, pinta encima de tu arcoíris.
Amandine frunció el entrecejo y arrugó la nariz. No pareció gustarle mucho la idea. A pesar de todo, el abuelo asentía con la cabeza y la animaba con las palmas abiertas. Ella abrazó el dibujo contra su pecho y se sentó. Su abuelo le insistió de nuevo mientras le sonreía:
-Vamos. Es solo un truco para que puedas ver el arcoíris de otra manera. Aunque no has empezado, creo que tu dibujo te gustará mucho cuando lo hayas terminado.
Amandine confiaba en su abuelo y empezó a tapar el arcoíris de negro. Pronto la oscuridad más absoluta cubrió todo el papel.
-¿Y ahora qué, abuelo? -preguntó encogiéndose de hombros.
-Ahora toma y pinta otra vez, despacio, no tengas prisa. -le dijo el abuelo mientras le entregaba un palillo que había sacado de alguna parte.
-¿Qué pinto, abuelo? -preguntó ella.
-Lo que tú quieras -respondió él.
Amandine no quería romper la hoja y empezó por la esquina de abajo. Al trazar la primera línea, pudo observar con asombro que brotaban de ella todos los colores del mundo y se dejó llevar entusiasmada. Poco a poco fue surgiendo de la noche toda una historia: un sol sonriente, nubes pasajeras, un mar de sueños, árboles frutales, animales con alas y animales con patas, flores enormes y flores pequeñas, ella misma, su nombre, un gran arcoíris, su abuelo arriba, muchos corazones y una frase que decía: “Te quiero mucho”. Una vez completada la obra, le entregó el dibujo a su abuelo, se le echó en los brazos y se dejó besar.
Tal vez, en este mismo instante, en otro lugar del planeta, un niño toma un papel en blanco y empieza a pintar otra historia.
