El corazón de las alcachofas
Antes de terminar la clase, y después de haberles contado a los niños la historia de Wangari Maathai, la maestra les preguntó si querían saber cómo crecía una planta. Ante un “sí” generalizado por respuesta, les dijo: «Tomad cada uno de vosotros una de las semillas que os tengo aquí preparadas y una semilla de cualquier otra planta que queráis ver crecer, cubridla con un algodón humedecido y esperad varios días o semanas. Tened paciencia. No todas las plantas crecen al mismo ritmo. Cuando las tengáis germinadas, si queréis, las vais trayendo para plantarlas en el huerto del patio. Así, con el paso del tiempo, tendremos de todo: de unas saldrán flores; de otras, alimento; y, de las que se hagan árboles, buena sombra en los días de mucho calor.»
A mediodía, nada más regresar de la escuela, Amandine entró en la cocina, besó a su abuela y le contó a su manera la historia que les había explicado la maestra en clase. La abuela supo por boca de Amandine que en un país se quedaron sin árboles y que hubo una mujer llamada Wangari que empezó a plantar de nuevo los árboles y que mucha gente hizo mismo y así consiguieron repoblar su país y que ese movimiento se extendió más allá de las fronteras de los mapas y continúa hoy en día. La abuela, que estaba en la cocina preparando un arroz con verduras, le replicó con un refrán: “Una mano lava la otra y las dos lavan la cara”. Al hablar, la abuela solía intercalar algún refrán que siempre venía a cuento. Amandine se sentó junto a su abuela y empezó también a pelar alcachofas. A ella le gustaba mordisquear la parte inferior de las hojas crudas. La abuela ya le había explicado anteriormente cómo había que quitarles las hojas más duras para llegar al corazón más tierno de la alcachofa. Cuando ya tenían todos los ingredientes listos, la abuela preparó el arroz.
Después de comer, Amandine hizo algunas cuentas, repasó un mapa, leyó un poema, conjugó un verbo y, finalmente, se dispuso a germinar sus semillas. Recordando las instrucciones de la maestra, escarbó entre los restos de las verduras, tomó las semillas con cuidado, las cubrió con un algodón humedecido y las puso en un rincón de la cocina.
Pasados unos días, los niños fueron sembrando en el patio patatas, tomates, zanahorias, garbanzos, habichuelas, lentejas, granadas… Al mes, Amandine se presentó con sus semillas ya germinadas delate de la maestra.
-¿Qué traes para plantar, Amandine? -le preguntó con dulzura la maestra.
-Traigo alcachofas.
-¿Y eso que quieres sembrar alcachofas? ¿Te gustan?
-Me gustan todas las plantas. Pero las alcachofas son flores que, además, tienen corazones para alimentarnos cuando les quitamos las hojas.
La respuesta de Amandine conmovió a la maestra y le sacó una sonrisa.
-Ah, falta nos hace. Estas, Amandine, aunque ahora son pequeñas, se hacen grandes al cabo del tiempo y calan en las personas. Vamos a sembrarlas directamente en la tierra junto a aquellas otras y esperemos a ver qué pasa.
De regreso a casa, Amandine se entretuvo esparciendo semillas de alcachofas por toda la rambla.