Deshojando una margarita

por

Margarita, está linda la mar
y el viento
lleva esencia sutil de azahar.
Yo siento
en el alma una alondra cantar:
tu acento.
Margarita, te voy a contar
un cuento.

Rubén Darío: A Margarita Debayle

La primavera había llegado antes de lo previsto y salpicaba de colores por aquí y por allá las flores a ambos lados de la vereda. Amandine recorría la rambla intentando recordar unos versos que su madre le recitaba a menudo: “Margarita, está linda la mar y el viento…” Arrancó una margarita del camino y entonó una cantinela en voz alta: “Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere, me quiere…” Deshojando la margarita, le llegó el turno al último pétalo y resultó un “no me quiere”. Arrojó con desdén los restos de la flor al suelo y arrancó otra margarita.

Antes de que empezara a desbaratarla, le llegó el eco de un lamento. Alguien sollozaba. Pensó que era otra niña. Se giró, buscó con la mirada y vio sentada en un banco a una mujer que lloraba y, más allá, una figura humana que se difuminaba hasta perderse en el horizonte a cada paso que daba.

Amandine se quedó mirando la margarita que aún sostenía entre sus dedos y volvió su cara hacia el arbusto del que había sido arrancada. Pensó que las flores estaban más bonitas así que destrozadas. Se acercó entonces a la mujer del banco con una sonrisa amplia diciéndole: «Para ti. Es un regalo». Y le entregó la margarita.

Una última lágrima resbaló lentamente por la mejilla de la mujer y se detuvo en su garganta: «Gracias, mi vida».

La vida es como deshojar una margarita: a veces no te quiere y otras te quiere con locura.